Época:
Inicio: Año 1503
Fin: Año 1503

Antecedente:
Ceriñola, la consagración del Gran Capitán



Comentario

Victoria o derrota, es igual. Lo que de verdad cuenta es lo que está en medio de ambas, es decir, la destrucción, la muerte, la sangre, los cuerpos rotos por la artillería o las espingardas, los caballos relinchando de dolor, al sentir en sus barrigas las picas de los lanceros. En el campo reina la confusión, como podemos ver en cualquier pintura de aquel tiempo. La trilogía de la guerra: orgullo, lujuria, muerte. Reina también el miedo en unos, la agitación en otros. Aquella tarde en los viñedos de Ceriñola, el duque de Nemours encontró lo que llevaba buscando en los últimos dos años: Ce mourir que engendre une autre vie.
Gonzalo, en medio de la masacre, contempla el triunfo de sus hombres y la derrota de los franceses, preguntándose por el sentido de todo eso. ¿Acaso esa es la única manera de organizar la sociedad? ¿Por qué ese incoercible deseo de matar y de morir que invade al europeo? Al caer la noche, Gonzalo se refugia en su tienda de campaña, mientras deja que los Colonna y otros capitanes se diviertan en las tiendas de los vencidos. Sigue triste y perplejo. Pregunta por Nemours, su enemigo, cuya suerte aun no conoce. De repente, se fija en un criado con un vestido que reconoce, deslealmente robado del cadáver del duque. Se aparta, retrocediendo dos pasos, y se pega a la tela de la tienda para ver mejor al felón. Se enfurece; luego, exige ser llevado junto al cuerpo de Nemours, a quien encuentra en el campo completamente desnudo, con una teja tapándole sus partes. No necesita más. Siente náuseas y ordena que lleven al duque hasta el campamento. Organiza un oficio de difuntos. Siente una infinita ternura por aquel joven altivo y desgraciado. A menos de ser obtuso, cualquier lector de Paolo Giovio se da cuenta que ese relato sobre el encuentro de Gonzalo con el cadáver de su antiguo enemigo tiene la fuerza, o el valor, o la sabiduría, de mostrar la grandeza de un gesto social que se suele entender mal en el día de hoy. Gonzalo era un rostro vestido de tristeza.

Ciertamente, desde el momento de la Batalla de Ceriñola, Gonzalo observó el mundo desde una perspectiva diferente. La conquista de Nápoles no se hizo esperar. La población aclamó de nuevo al Gran Capitán. Sin embargo, ¿cuál fue el temor de Gonzalo después de la batalla?

Temió la reacción del rey Luis XII y la poca consistencia de Fernando ante los graves problemas. La noche de su célebre victoria, mientras Paredes y los Colonna cenaban en la tienda del difunto duque de Nemours, que tanto le había humillado en los meses anteriores, el Gran Capitán comenzó a pensar el modo de controlar todo el territorio. A las pocas semanas y una vez decidido el destino de la ciudad de Nápoles, llegó el cartero con el correo: cartas cifradas de los embajadores en Roma y Venecia, informes sobre la llegada de un impresionante ejército francés, cuestiones de los pagos a los soldados. Pero había también un largo informe de Rojas sobre la salud del Papa, donde intercalaba algunas observaciones sobre el comportamiento de César Borgia. La lectura de todos esos informes, despachos y cartas sumió a Gonzalo en un estado de melancolía, como pocas veces se había visto hasta ese momento. Se acercaba su cincuenta aniversario y todo parecía suspendido una vez más.